miércoles, 22 de agosto de 2012

La organización militar de los godos.


Los godos fueron un pueblo germánico que, como tantos otros pueblos del norte y este de Europa, se vieron empujados por los hunos hacia el sur occidental, chocando contra el aun fuerte Imperio Romano. Siempre emigrando, saqueando y guerreando, finalmente se dividieron en ostrogodos (que habitaron oriente) y visigodos (que se establecieron en las Galias y, posteriormente, en Hispania). Su auge coincidió con el agonizar de la dividida Roma, siendo de estos a veces aliados, a veces enemigos. Con todo, los latinos les bien consideraban como los menos bárbaros de entre los bárbaros. Y era cierto, ya que en su dominio minoritario sobre Hispania (doscientos mil godos, frente a los estimados siete millones de hispano-romanos), supieron reinar elaborando códigos jurídicos bastante avanzados para ser germanos, luchar ferozmente contra otras tribus que habitaron nuestra tierra (vándalos, suevos, celtíberos...) y lidiar con las diferencias religiosas surgidas entre sus propias creencias arrianas y la mayoritaria confesión católica de los romanizados, a la que se convirtieron años después, favoreciendo la aparición de las escuelas teológicas que sembrarían de sabiduría la sociedad ibérica medieval.

Debemos ya centrarnos en el tema que aquí nos ocupa: la organización militar de los godos. Tanto el cine como las novelas históricas actuales nos presentan a estos pueblos de una manera oscura, sucia, harapienta, pero amantes de la libertad y enemigos de la tiranía. Una paradoja poco precisa históricamente. Si bien es cierto que no disponían de la salubridad e higiene de las ciudades romanas, no significa que estos fueran a la batalla sin protección alguna, cubiertos de tatuajes o careciendo de conocimiento bélico. Eso parece más digno de personajes de cómic que de un pueblo que venció al mejor ejército de su época en varias ocasiones. Otra triste influencia romántica, que tanto mal ha hecho a la historia, es su supuesta lucha por la libertad. No podemos hablar de tal cosa, ni ponerle al Imperio la etiqueta moderna de “opresor”. Si eso hubiera sido real nunca habrían luchado en las filas del enemigo como unidad auxiliar, cosa que sí ocurrió. O pactando con ellos, e incluso pagando tributos para convertirse en una especie de protectorado. Es cierto que, cuando les convenía y a traición, rompían todo vínculo, asaltaban y saqueaban de manera sangrienta. Pero siempre movidos por intereses particulares o comunes.

La idea de un ejército de hordas y campesinos mal armados no responde a la realidad goda. No a los godos que plantaron cara a medio occidente de una manera digna. Incluso los propios generales del dividido Imperio nos describen un ejército organizado y rotativo, en el cual, mientras unos sirven en el frente, otros descansan o guarnecen las posiciones dominadas. Lo que sí es cierto es que su despliegue en el campo de batalla era algo arcaico. Formaban una única linea, haciendo un obsoleto ataque frontal de falange. Eso no era por ignorancia en el arte de la guerra, si no para evitar disputas pues, aunque tenían un único rey (elegido por los nobles, título no hereditario), estaban al orden del día confabulaciones, conspiraciones y regicidios. Así que dejar tropas en retaguardia, en reserva o fuera de esa linea, mientras que otros avanzaban directamente hacia el enemigo, era una orden prácticamente imposible o muy arriesgada si no se quería empezar discusiones entre clanes y sus posibles aspirantes al trono, que cuestionarían el por qué de la misión de cada cual.

Así que tenemos un ejército de una única linea desplegado en nuestro campo de batalla imaginario. Hemos de añadir a este gigantesco elemento alguna unidad de caballería ligera. No tantas como asociamos a los bárbaros pues, pese a ser excelentes jinetes, nunca tuvieron una buena caballería efectiva en batallas en campo abierto, quizá si en escaramuzas o emboscadas. Lo que ocurre es que los caballos eran el eje fundamental sobre el que solían girar todas las poblaciones nómadas, cosa lógica si tenemos en cuenta las  grandes distancias que recorrían. Sea como fuere no eran unidades al estilo clásico, que rompieran las lineas o tomaran los flancos enemigos. Parecían más bien tener una función hostigadora y es probable que parte de estos jinetes fueran arqueros o jabalineros. Sí que hay testimonios de batallas donde hubo gran cantidad de caballería, pero desmontaban y luchaban a pie, ya fuese por que los enemigos sabían defenderse de esas acometidas o por que no confiaban en sus propias cargas. Por esto mismo no podemos hablar de una unidad montada de choque.

Pese a que tácticamente eran superiores al resto de los germanos, estratégicamente fueron parecidos en un principio: caóticos y desorganizados. Movidos por la rapiña y botín. Todo cambió cuando encontraron una tierra que gobernar, primero en su reino de Tolosa y luego en su reino de Toledo. A partir de ahí sí que supieron dirigir sus campañas a buen puerto, no ya contra el resto de bárbaros asentados en sus fronteras, si no haciendo retroceder al mismísimo Imperio Bizantino.

Su armamento y atuendo tampoco fueron tan primarios como cabría presumir. Espadas de buen acero o lanzas cortas, junto con escudos circulares, también usados por los últimos romanos que dejaron los  cuadrangulares tan pronto como la formación en testudo se convirtió en ineficaz. Una pieza característica de su armadura era el yelmo cónico, útil para la protección a la par que estéticamente hermoso. Vestían en menor medida por su elaborada fabricación, cotas de malla sólidas y muy fiables. Invento, por cierto, atribuido a otro pueblo bárbaro: los galos. Los arcos se utilizaban de manera secundaria. No tenemos constancia de que hubiera unidades de arqueros exclusivamente. Tanto las unidades montadas como la infantería llevaban en ocasiones el arco a la espalda, por si era menester disparar al enemigo, pero no era su principal función. Con arco o no, casi todos  los guerreros godos portaban unas pequeñas hachas que, cual pilum, lanzaban antes de entablar combate cuerpo a cuerpo.

En resumidas cuentas, los godos fueron un pueblo que careció de arquitectos, ingenieros, artesanos o fuertes estirpes de líderes, pero que sobrevivieron a los tiempos oscuros con su arcaico, aunque eficaz, modo de entender la guerra. Admiraron y odiaron a Roma, tanto como se admiraron y odiaron a sí mismos. Elaboraron eficaces leyes para gobernar en tiempos convulsos. Y siglos después, bajo el mando del lúcido rey Recaredo, se convirtieron al catolicismo que les proporcionó una unidad y una paz jamás vista en su periodo arriano, ni conocida por ningún otro pueblo bárbaro de los muchos que habitaron la península ibérica.  


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