Los godos fueron un pueblo germánico
que, como tantos otros pueblos del norte y este de Europa, se vieron
empujados por los hunos hacia el sur occidental, chocando contra el
aun fuerte Imperio Romano. Siempre emigrando, saqueando y
guerreando, finalmente se dividieron en ostrogodos (que habitaron
oriente) y visigodos (que se establecieron en las Galias y,
posteriormente, en Hispania). Su auge coincidió con el agonizar de
la dividida Roma, siendo de estos a veces aliados, a veces enemigos.
Con todo, los latinos les bien consideraban como los menos bárbaros
de entre los bárbaros. Y era cierto, ya que en su dominio
minoritario sobre Hispania (doscientos mil godos, frente a los
estimados siete millones de hispano-romanos), supieron reinar
elaborando códigos jurídicos bastante avanzados para ser germanos,
luchar ferozmente contra otras tribus que habitaron nuestra tierra
(vándalos, suevos, celtíberos...) y lidiar con las diferencias
religiosas surgidas entre sus propias creencias arrianas y la
mayoritaria confesión católica de los romanizados, a la que se
convirtieron años después, favoreciendo la aparición de las
escuelas teológicas que sembrarían de sabiduría la sociedad
ibérica medieval.
Debemos ya centrarnos en el tema que
aquí nos ocupa: la organización militar de los godos. Tanto el cine
como las novelas históricas actuales nos presentan a estos pueblos
de una manera oscura, sucia, harapienta, pero amantes de la libertad
y enemigos de la tiranía. Una paradoja poco precisa históricamente.
Si bien es cierto que no disponían de la salubridad e higiene de las
ciudades romanas, no significa que estos fueran a la batalla sin
protección alguna, cubiertos de tatuajes o careciendo de
conocimiento bélico. Eso parece más digno de personajes de cómic
que de un pueblo que venció al mejor ejército de su época en
varias ocasiones. Otra triste influencia romántica, que tanto mal ha
hecho a la historia, es su supuesta lucha por la libertad. No podemos
hablar de tal cosa, ni ponerle al Imperio la etiqueta moderna de
“opresor”. Si eso hubiera sido real nunca habrían luchado en las
filas del enemigo como unidad auxiliar, cosa que sí ocurrió. O
pactando con ellos, e incluso pagando tributos para convertirse en
una especie de protectorado. Es cierto que, cuando les convenía y a
traición, rompían todo vínculo, asaltaban y saqueaban de manera
sangrienta. Pero siempre movidos por intereses particulares o
comunes.
La idea de un ejército de hordas y
campesinos mal armados no responde a la realidad goda. No a los godos
que plantaron cara a medio occidente de una manera digna. Incluso los
propios generales del dividido Imperio nos describen un ejército
organizado y rotativo, en el cual, mientras unos sirven en el frente,
otros descansan o guarnecen las posiciones dominadas. Lo que sí es
cierto es que su despliegue en el campo de batalla era algo arcaico.
Formaban una única linea, haciendo un obsoleto ataque frontal de
falange. Eso no era por ignorancia en el arte de la guerra, si no
para evitar disputas pues, aunque tenían un único rey (elegido por
los nobles, título no hereditario), estaban al orden del día
confabulaciones, conspiraciones y regicidios. Así que dejar tropas
en retaguardia, en reserva o fuera de esa linea, mientras que otros
avanzaban directamente hacia el enemigo, era una orden prácticamente
imposible o muy arriesgada si no se quería empezar discusiones
entre clanes y sus posibles aspirantes al trono, que cuestionarían el
por qué de la misión de cada cual.
Así que tenemos un ejército de una
única linea desplegado en nuestro campo de batalla imaginario. Hemos
de añadir a este gigantesco elemento alguna unidad de caballería
ligera. No tantas como asociamos a los bárbaros pues, pese a ser
excelentes jinetes, nunca tuvieron una buena caballería efectiva en
batallas en campo abierto, quizá si en escaramuzas o emboscadas. Lo que ocurre es que los caballos eran el eje fundamental sobre el que solían girar todas las poblaciones nómadas, cosa lógica si tenemos en cuenta las grandes distancias que recorrían. Sea
como fuere no eran unidades al estilo clásico, que rompieran las
lineas o tomaran los flancos enemigos. Parecían más bien tener una
función hostigadora y es probable que parte de estos jinetes fueran
arqueros o jabalineros. Sí que hay testimonios de batallas donde hubo gran
cantidad de caballería, pero desmontaban y luchaban a pie, ya fuese
por que los enemigos sabían defenderse de esas acometidas o por que
no confiaban en sus propias cargas. Por esto mismo no podemos hablar
de una unidad montada de choque.
Pese a que tácticamente eran
superiores al resto de los germanos, estratégicamente fueron
parecidos en un principio: caóticos y desorganizados. Movidos por la
rapiña y botín. Todo cambió cuando encontraron una tierra que
gobernar, primero en su reino de Tolosa y luego en su reino de
Toledo. A partir de ahí sí que supieron dirigir sus campañas a
buen puerto, no ya contra el resto de bárbaros asentados en sus
fronteras, si no haciendo retroceder al mismísimo Imperio Bizantino.
Su armamento y atuendo tampoco fueron
tan primarios como cabría presumir. Espadas de buen acero o lanzas cortas, junto con
escudos circulares, también usados por los últimos romanos que
dejaron los cuadrangulares tan pronto como la formación en
testudo se convirtió en ineficaz. Una pieza característica de su armadura era el yelmo cónico, útil para la protección a la par que estéticamente hermoso. Vestían en menor medida por su
elaborada fabricación, cotas de malla sólidas y muy fiables.
Invento, por cierto, atribuido a otro pueblo bárbaro: los galos. Los
arcos se utilizaban de manera secundaria. No tenemos constancia de
que hubiera unidades de arqueros exclusivamente. Tanto las unidades
montadas como la infantería llevaban en ocasiones el arco a la
espalda, por si era menester disparar al enemigo, pero no era su
principal función. Con arco o no, casi todos los guerreros godos portaban unas
pequeñas hachas que, cual pilum, lanzaban antes de entablar combate
cuerpo a cuerpo.
En resumidas cuentas, los godos fueron
un pueblo que careció de arquitectos, ingenieros, artesanos o
fuertes estirpes de líderes, pero que sobrevivieron a los tiempos
oscuros con su arcaico, aunque eficaz, modo de entender la guerra.
Admiraron y odiaron a Roma, tanto como se admiraron y odiaron a sí mismos. Elaboraron eficaces leyes para gobernar en tiempos convulsos.
Y siglos después, bajo el mando del lúcido rey Recaredo, se
convirtieron al catolicismo que les proporcionó una unidad y una
paz jamás vista en su periodo arriano, ni conocida por ningún otro
pueblo bárbaro de los muchos que habitaron la península ibérica.
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