La historia nos rodea.
Cada año muchos novelistas, directores de cine, músicos, pintores,
ilustradores e incluso poetas se acercan a los acontecimientos
pasados buscando inspiración. Unos la transforman en buen fruto y
otros en obras aberrantes, unos son fieles a ella y otros la
manipulan a su antojo. Pero lo que es innegable es que interesa a
todos, al menos si el que la trata de contar lo hace de una manera
precisa a la par que entretenida, pues no son pocos los que
identifican esta parte del saber con un aula rancia y un profesor
arrugado intentando meter en la cabeza de los alumnos cientos de
datos, poco o nada interesantes, sobre el comercio, la organización
social, los tipos de cultivo, etc. Para colmo, pasando por alto los
grandes pasajes, las hazañas o desdichas, y los personajes
(gloriosos o infames) de cada época. En definitiva: una historia muy
materialista y nada realista, pues el estudiante no se acerca al
sentir o al pensar de los años estudiados. Cosa que sí lleva
haciendo el arte y la literatura a lo largo de los siglos. En La
Ilíada, El Cantar del Mío Cid, en las memorias de Julio César
sobre las Galias, y en cientos de textos clásicos, medievales,
modernos o contemporáneos, se nos cuentan traiciones, caídas y
alzamientos de reinos, pasiones, y momentos clave que marcan el
devenir de los pueblos. Muchos de esos momentos han ocurrido en ese
eterno lugar, tan igual y a la par tan distinto, que llamamos “campo
de batalla”.
Los wargames tratan de
eso. Por medio de unas reglas y unos elementos que representan
fuerzas bélicas, intentan simular de manera fidedigna los momentos
cruciales de la historia. Desde los que abarcan la estrategia de una
campaña a los que nos sumergen en la acción táctica de una
batalla, todos nos ponen en el difícil papel del hombre que toma las
decisiones, pudiendo alcanzar la mayor gloria o hundirse en la
perdición.
Estos juegos de guerra no
son algo inventado por la industria del juguete o del videojuego. Si
excluimos al ajedrez, demasiado abstracto para que lo consideremos
dentro de este grupo, nos podríamos remontar a 1795 para ver como
Georg Vinturinus, escritor militar, desarrolla un tablero que simula
Francia y Bélgica, junto con un reglamento bastante complejo que
diferencia tipos de tropa, terrenos y vicisitudes varias que podrían
acontecer en una batalla. Años más tarde (1824) trascendería el
mero entretenimiento, ya que el teniente Von
Reisswitz del Ejército Prusiano crea un
sistema más complejo, dedicado al entrenamiento militar de carácter
estratégico de las academias: el llamado Kriegspiel (juego de guerra). En este sistema ya vemos mapas, así como tablas
de probabilidades que contemplan el azar, aunque con cierto control,
que siempre está presente en la guerra. Este germen fue traspasando
el terreno puramente militar, y los civiles empezaron a divertirse
con un pasatiempo en donde la lógica, la sangre fría, la
inteligencia, la intuición e incluso la psicología se han de
combinar hábilmente para ganar.
Pero el lector todavía
no se ha encontrado la respuesta que prometía este artículo en su
título. Hoy en día tenemos muchos wargames, tanto en nuestras
computadoras como en nuestras mesas. Nosotros nos decantamos por los
que se juegan en la mesa, cara a cara. Bien sea en un tablero
exagonal, bien sea en la más trabajada escenografía, con fichas de
cartón o con soldados en miniatura. Lo importante es ponerse al
mando de un ejército y desafiar a tu contrincante. Cambiar el curso
de la historia sabiendo cual será el momento adecuado para esa carga
de caballería. Conocer cada centímetro del terreno, conquistar la
colina que te proporcionará ventaja, y resistir en un puente para
que el enemigo no se precipité sobre tu retaguardia. Esperar con
nervios el fruto de una contra ofensiva que es el todo o la nada, la
vida o la muerte. Ver luego con orgullo cómo supiste leer la batalla
o contemplar con horror como mandaste a tus tropas a la muerte. Mirar
a los ojos a tu rival queriendo saber qué está pensando... Todo eso
está en los wargames, una afición (normalmente para adultos) con la
que no solo se experimentan todas las emociones antes narradas,
también siembra la curiosidad en quienes lo juegan. Saber todo sobre
los uniformes de tu ejército, cómo formaban, cómo luchaban,
quienes fueron sus enemigos, qué batallas libraron, en qué tipo de
terreno se movían, etc. es algo común y gratificante. Como
gratificantes son las conversaciones con otros aficionados sobre los
aspectos de una u otra fuerza.
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